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10 feb 2019

Historias de montañismo



En la mañana del día 12 de diciembre de 1951 salió de la ciudad de Mérida una expedición organizada por el Centro Excursionista de Mérida, hoy Club Andino Venezolano, con el propósito de colocar en la cima del Pico Bolívar un escudo de los III Juegos Bolivarianos; estaba integrada por los señores Carlos Lacruz, Secretario del Centro; Leopoldo Carrillo; Doctor Rafael Núñez Maduro y Alfonso Bravos. Iban bien equipados y con fervientes deseos por realizar el ascenso con felicidad.

Al llegar a La Aguada, encontrándose con dos excursionistas llenos de entusiasmo, quienes, sin ningún equipo alpino, se disponían también escalar la cumbre; eran ellos el profesor Aníbal Moya, Catedrático de Ciencias Físicas y matemáticas del Liceo Libertador de Mérida, y el joven estudiante liceísta Pablo Mendoza.

Todos unidos encabezados por Domingo Peña, prosiguieron la marcha hacia las nieves del flanco posterior del Bolívar, donde llegaron cansados y ateridos de frío en horas de la noche.

En el rústico y semidestruido refugio de piedras allí existente, pernoctaban dos alpinistas de nacionalidad italiana llamados Walter Peruggini y R. Rolfini, quienes llevaban varios días en prácticas de escalamiento y aspiraban también a conquistar el Bolívar.

Aquella noche, al calor de una fogata, todos estuvieron charlando amigablemente, el profesor Moya, vivamente emocionado por los paisajes que había admirado durante el día, ofreció donar las puertas que hacían falta al albergue. Ninguno se imaginaba lo que el destino le tenía preparado.

DÍA FATAL:

El día 13 de diciembre a muy tempranas horas de mañana, prepararon el equipo alpino para escalamiento consistente en cuerdas, crampones, y el utilísimo piolet.

El aspecto del ventisquero era imponente. La ruta Weiss por donde tenían que ascender se hallaba completamente nevada, era un verdadero glaciar colgante.

El día estaba brumoso y el sol apenas calentaba a los ocho andinistas que tiritaban de frío. Domingo Peña no les quiso acompañar en el ascenso por no hallarse en condiciones de hacerlo y prefirió quedarse en el albergue preparándoles el almuerzo para el regreso.

La nieve estaba dura, excelente para el escalamiento, el cual se realizó con mucha dificultad tallando escalones en el hielo. El profesor Moya y su amigo eran ayudados por los otros compañeros en el peligroso ascenso de las chimeneas graníticas cubiertas de nieve.

Cinco horas emplearon en ganar la cumbre, donde arribaron a la una de la tarde. Allí colocaron el escudo de los Juegos Deportivos Bolivarianos frente a la imagen en bronce del Padre de la Patria. El profesor Moya , lleno de alegría, exclamó que había hecho realidad uno de los sueños de su vida y que aquella era su última expedición a la Sierra Nevada, pues su edad ya no le permitía hacer semejantes esfuerzos a tan considerable altura. En verdad. Aquella fue la primera y la última expedición del profesor Moya a la máxima cumbre de la Patria.

El cielo estaba cada vez más nublado y pronto comenzaron a caer pequeños copos de nieve, Los andinistas se prepararon para iniciar el descenso; primero bajó Carrillo, seguido por los italianos Rolfini y Peruggini; luego, el Dr. Núñez Maduro; tras ellos descendía Moya, con su compañero Mendoza, y en la retaguardia cerraba el grupo Alfonso Bravo y el veterano Lacruz, quien se anotaba su octavo ascenso a la cima.

En el “Miradero”, los excursionistas hallaron un paso difícil debido a la acumulación grande de hielo y a la resbaladiza nieve que ahora caía copiosamente.

Unos metros más adelante el profesor Moya cometió la imprudencia de soltarse de la cuerda y, seguro de sí mismo, sentándose en una roca. Luego comenzó a tallar escaloncitos en la nieve con el cuchillo que portaba y, de esta manera, quiso proseguir por sí solo el descenso, pese a las advertencias de sus compañeros.

La nevada arreciaba por momentos acompañada de fuerte viento, la ruta se hacía cada vez más resbaladiza por la nieve recién depositada.

Entonces ocurrió lo inesperado, el profesor Moya comenzó a deslizarse suavemente por la pendiente y poco a poco fue adquiriendo velocidad; tan solo alcanzó a gritar dos palabras: “Me voy”, y rodó de manera impresionante hacia el abismo.

En la caída arrastró consigo a Peruggini y Rolfini, hiriendo al primero y maltratando a este último, quienes no perecieron también en el fondo del desfiladero por hallarse atados a la cuerda.

Eran las seis de la tarde.

Fuente: Extraído de Expediciones a la Sierra Nevada de Mérida. Carlos Chalbaud Zerpa.

Fotografía: Aníbal Moya, alcanzó la cima del Bolívar pero nunca se imaginó que sería la primera y última expedición a la máxima cumbre de la Patria.